El estudio de los instrumentos musicales de tradición popular nos ofrece una aproximación a la música muy sugestiva y diferente a lo habitual; los útiles creados por las diversas culturas populares para hacer música nos dicen mucho sobre estas culturas, pues la música es un elemento fundamental presente en cualquier actividad social, ya sea de tipo lúdico, religioso o ceremonial, de cualquier lugar del mundo.
Por eso es de agradecer el esfuerzo que Eugenio Arnao, un amante incondicional de la cultura popular, de cualquier cultura popular, ha realizado para crear la Casa del Gaitero, un lugar de peregrinaje obligado para músicos, investigadores y curiosos. Desde el año 2006 podemos encontrar esta fabulosa exposición y centro de actividades en la localidad zaragozana de Aguarón. Un compendio de la cultura musical de tradición popular del mundo entero que encierran las salas de un majestuoso caserón situado en esta localidad de la Comarca de Cariñena, a poco más de media hora de Zaragoza, al pie de la Sierra de Algairén.
La Casa del Gaitero recibe esta denominación después de que Eugenio la compra y la restaura. Anteriormente fue conocida como la Casa del Cura, un caserón abandonado durante muchos años, sito al final del pasaje rebautizado hoy como «Callejón de la música popular». No cabe duda de que el nombre le viene como anillo al dedo; quien guíe sus pasos por él llegará necesariamente a esta casona en la que la vista se pierde contemplando las vitrinas repletas de instrumentos musicales alineadas a lo largo de sus muros; más instrumentos cuelgan y numerosas fotografías completan las recias paredes. No menos de mil instrumentos populares de todo el mundo, que Eugenio Arnao ha recogido y en algunos casos restaurado en una paciente labor de cuantiosos años y largos viajes, o que han sido cedidos por los amigos que han querido poner su granito de arena en la tarea de construir la más impresionante muestra de instrumentos musicales de tradición popular que encontramos en Aragón.
¿Por qué el nombre de «Casa del Gaitero»? Lo que hallamos en ella son instrumentos musicales de tradición popular; aquellos que a lo largo del tiempo se han usado, con fines principalmente lúdicos pero no de manera exclusiva, para animar los actos populares: verbenas, rondas amorosas, bailes ceremoniales, juegos infantiles… Dependiendo de la habilidad de los músicos que habitaron cada lugar y en cada época podemos hallar desde sencillos instrumentos de percusión (en ocasiones incluso objetos de uso cotidiano en el hogar, como almireces, cucharas o la tabla de lavar la ropa en la acequia) hasta violines, acordeones, bandurrias o clarinetes. Allá donde había ejecutantes de cualquier sonador se creaba un conjunto que adaptaba a las características de su particular formación instrumental las canciones de moda, las músicas protocolarias o las melodías más populares. En Aragón fueron populares algunas formaciones características, como la compuesta por dulzaina y tambor, la rondalla o el intérprete de gaita de boto, generalmente en solitario. Pero cualquier agrupación de músicos podía dar lugar a la formación de un conjunto ad-hoc: violín y guitarra; trompa y dulzaina; guitarra, laúd y acordeón; clarinete y tambor… En cualquier caso, todos los grupos de músicos eran conocidos, fueran cuales fuesen los instrumentos que interpretaran, con el nombre genérico de «gaiteros». Los gaiteros eran, en Aragón, los músicos populares. De ahí el nombre, que pretende abarcar a todos los aspectos de la cultura tradicional relativa a estos músicos.
Tales agrupaciones fueron desapareciendo con el tiempo, principalmente a causa de la especialización de los nuevos conjuntos musicales, especialización acompañada también por la creación de nuevos instrumentos y el perfeccionamiento técnico de algunos de los existentes, que vinieron a relevar a los más viejos de factura artesanal. Las generaciones que sucedieron a aquellos gaiteros, ya a principios del siglo XX, trajeron nuevas costumbres y nuevas maneras de entender la música popular. Ésta es una de las razones por las que la Casa del Gaitero de Aguarón ofrece tanto interés para las actuales generaciones: la visión que conserva de la música desde aquella perspectiva más tradicional y hoy prácticamente desaparecida. Otra razón es que la colección no se limita únicamente a recoger instrumentos populares de Aragón, sino que gracias al espíritu viajero de Eugenio y su insaciable curiosidad por todo aquello que tenga que ver con la música, podemos contemplar curiosos objetos sonoros utilizados en cualquier rincón del mundo y asombrarnos, a veces por su exotismo, a veces por su similitud con los instrumentos cotidianos con los que estamos familiarizados.
La Casa del Gaitero fue un proyecto meditado durante quince años, sin llegar a pasar de la fase de sueño irrealizable; pero fue al descubrir esta vieja casa abandonada cuando la idea se empieza a materializar y el plan comienza a adquirir su forma definitiva. La Casa del Gaitero surge después de tres años de ardua labor de restauración, hecha con exquisito gusto y respetando pulcramente la arquitectura original de la casa y los elementos originales. Labor que corre casi en exclusiva por cuenta de Eugenio Arnao, quien además recorre los mercadillos en busca de muebles y objetos decorativos acordes con el imponente estilo de la vieja mansión. Finalmente, el 28 de mayo de 2006 Eugenio celebra la esperada fiesta de inauguración, rodeado de amigos, de curiosos, de prácticamente todos los vecinos del pueblo y de los medios de comunicación que quieren conocer el resultado final de su esfuerzo. Nadie se va defraudado; la colección de instrumentos musicales es impresionante, ya en aquel primer momento ronda el medio millar de ejemplares de todos los tipos y procedencias. Pero el trabajo de rehabilitación del edificio también causa asombro en los asistentes, sobre todo en aquellos aguaroneros que lo conocieron cuarenta años atrás y la han visto resurgir del abandono y el progresivo deterioro sufrido durante este tiempo. Los pavimentos, los elementos de madera o las blancas paredes han recuperado el aspecto del que seguramente disfrutaran en su mejor momento y algunas personas no dudan en afirmar que el caserón es por sí solo un museo.
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