Cantos de los mejedores de Almonacid de la Sierra

F. Jesús López Báguena
Almonacid de la Sierra (Zaragoza)
franjelobaca@eresmas.com
Junio de 1998

A mediados de septiembre, la uva ya está madura y la vendimia puede comenzar en el Campo de Cariñena.

Cuando los adelantos tecnológicos del acero inoxidable y la fermentación controlada aún no estaban desarrollados, el mosto, junto con la brisa, que salían al pisar las uvas, fermentaba en trujales o lagares, que solían tener una capacidad que oscilaba entre las 250 y 1000 cargas de uvas (una carga son 100 kilos, y se le llama así porque era lo que podía llevar un burro en sus lomos). Estos trujales eran de diferentes formas (cuadrados, rectangulares, redondos, triangulares, en forma de guitarra…) aunque los más eran los rectangulares.

A los 21 días había que darle vuelta a las brisas para su mejor fermentación, ya que éstas quedaban arriba y el mosto abajo, quedando la parte de las brisas que no estaba en contacto con el mosto con todas sus capas de color y taninos sin extraer.

Una cuadrilla de 12 o 14 hombres eran los encargados de recorrer las bodegas del pueblo para realizar esta función. A esta cuadrilla se les llamaba mejedores. Llevaban ropa apropiada: calzoncillos cortos (tipo braga), camisa y unas alpargatas que se quitaban cuando mejían. Cuando cambiaban de bodega, para resguardarse del frío y controlar el sudor que producían en sus esfuerzos, solían arrollarse una manta, tipo pastor, alrededor del cuello y pecho. Las herramientas que utilizaban eran unos ganchos de mano, de los cuales cada componente tenía un par. El trabajo de los mejedores solía durar alrededor de mes y medio y cobraban en metálico y en vino: 30 pesetas y un cántaro de vino (aprox. 10 litros) cada 100 cargas de uvas, todo esto referido a finales de los años cincuenta o principio de los sesenta, que es cuando se cambió de tecnología. Cosa curiosa: el vino que cobraban era vino de flor, es decir, el que todavía no había sido prensado, el bueno.

Gancho de mejedor
(Foto: F. J. López Báguena)

Tenían alquilado un cubierto en las bodegas, al que llamaban “cuartelillo”, en el cual se reunían todos los días para ir a mejer. Allí guardaban el vino que cobraban, en toneles y botos de pellejo; allí hacían sus cuentas, repartos; allí guardaban los ganchos… solamente salían de allí para ir a dormir.

Como todos los gremios tenían un patrón: el día de la Purisma, coincidiendo con el remate de la temporada, mataban un cordero, salían a rondar por el pueblo y se hacían el reparto del vino y dinero.

La función de mejer era la siguiente:

Suponiendo un trujal rectangular, se colocaban todos en dos o tres filas agarrados por los hombros sobre una de las aristas, y haciendo fuerza con las piernas intentaban introducir la brisa hacia abajo, donde estaba todo el mosto. Con los ganchos, dos o tres de ellos, a la orden del jefe (que solía ser un mejedor jubilado), salían a la otra punta del trujal e iban trayendo poco a poco la brisa hacia los pies de los demás, los cuales seguían haciendo fuerza con las piernas y coordinándose con unos cantos muy característicos que repetían hasta terminar el trujal y que no tiene ninguna relación ni sentido para el trabajo que realizaban.

Primer canto:


Añadiendo a la cazuela, aa, aa, aa,
patatas y agua caliente, aa, aa, aa,
como va viniendo gente, aa, aa, aa,
va subiendo la cazuela aa, aa, aa.

 

Segundo canto:


Tiene la Orosia en Torrijo,
aa, aa, aa, aa, (bis)
un caso que le aconsuela
aa, aa, aa, aa, (bis)
así como acude gente
aa, aa, aa, aa, (bis)
va añadiendo a la cazuela
aa, aa, aa, aa, (bis)
patatas y agua caliente
aa, aa, aa, aa, (bis)

 
Tercer canto:

Si ves que llueve
y tu te mojas,
aquí está el arbolito
rodeado de hojas

Más aun, para facilitar la función solían abrir una franja transversal en mitad del trujal, de aproximadamente medio metro de hondura.

Se terminaba de mejer un trujal cuando por la mitad opuesta a la posición de los mejedores salía todo el mosto y en la otra mitad toda la brisa. La brisa, que antes estaba arriba, ahora estaba abajo, y la misma fermentación se encargaba de volverla a extender. Esta operación de mejer se hacía tres o cuatro veces (rejas) en cada trujal, a intervalos de un día sí y otro no.

Algunos dueños picardiosos dejaban caer una alpargata de cáñamo o una tabla de madera en el fondo del trujal, antes de echar las uvas pisadas. Si el trujal estaba bien mejido, la alpargata o la tabla debían salir a la superficie.

Cuando un trujal ya mejido tardaba en prensarse, los mismos mejedores eran los encargados de rugiar (mojar), con mosto del mismo trujal, toda la brisa de la parte de arriba que, seca, podía llegar a avinagrar todo el trujal. Pero para poder sacar mosto del mismo trujal anteriormente, en la operación de mejer, habían dejado metido un cobano doble (de unos 2.5 m de altura). Un cobano era un recipiente de mimbre de forma circular de unos 60 o 70 kg de capacidad, utilizado para transportar la citada carga en el burro, al cual se le colocaban uno de estos a cada lado, sobre unas silletas.

Cobano de mimbre y caña
(Foto: F: J. López Báguena)

Este oficio perdido, más que duro, era peligroso por la “fortaleza” del trujal o tufo (anhídrido carbónico que desprende el vino al fermentar). Para ello, los mejedores entraban al trujal con un candil encendido y si este se apagaba, debían de manchar-lo, es decir, agitaban una manta con la intención de remover el aire del interior del trujal para que el tufo saliese por la ventanas, que mantenían abiertas durante todo el proceso de mejer.

A la vez que peligroso era curativo, pues me contó mi abuela que su padre (el tio Guardarrial) había tenido las fiebres maltas y, para su total curación, el médico le mandó baños de vino caliente. Como el vino iba muy caro y no se podía permitir tal lujo, ayudaba gratuitamente a los mejedores. Otros me contaron lo mismo pero para la “ciática”.

No se si en algún otro pueblo se realizaría tal función; supongo que sí pero posiblemente no cantaran lo mismo, ni se llamaran de la misma forma. Me gustaría saberlo.

Termino con dos refranillos, sobre la Cultura del Vino, que se dicen en mi pueblo:

El trabajo embrutece
y la borrachera ilustra.

El pan cambiau,
y el vino acostumbrau.

Celedonio Martínez junto a un cobano para rugiar, ganchos de mejedor, polea de madera y medida de vino
(Foto: F. J. López Báguena)

Informantes:

  • Pilar Martínez (mi abuela)
  • Celedonio Martínez (cosechero)
  • Francisco Sánchez (mejedor)
  • Demetrio Sanz (mejedor)
  • Paco Serrano (cosechero)
  • Paco Zazurca (cosechero)

Más información:

© del texto y fotos F. Jesús López Báguena, 1998

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Gaiteros de Aragón, editada por la Asociación de Gaiteros de Aragón (AGA).