La noche de las ánimas

Origen de la fiesta

El comienzo de noviembre está marcado en nuestra tradición más reciente por las visitas a los cementerios con el fin de honrar a nuestros muertos. Los días de Difuntos y de Todos los Santos son desde hace unas décadas días de animado trajín y de multitudinarias afluencias a los cementerios. Antiguamente era también un hervidero de puestos callejeros, y no sólo de flores, pues a decir de D. Enrique Casas también abundaban los vendedores de tortas y golosinas, mientras una serie de ciegos y tullidos ofrecían rosarios y devocionarios.

Pero la fiesta viene de mucho antes. Sus orígenes se remontan a los celtas, según cuyo calendario el año finalizaba precisamente el día 31 de octubre nuestro y comenzaba en noviembre, el mes de la siembra. Era el día en el que los espíritus estaban autorizados a abandonar los cementerios y “resucitar” apoderándose de los cuerpos de los vivos. De manera que la gente adornaba sus casas con símbolos desagradables, como calaveras y huesos, que se supone que debían servir para ahuyentarlos. Hay que tener en cuenta que era el momento en que se aproximaba el invierno y las gentes hacían provisión de alimentos en las casas previendo que la estación daría pocas oportunidades tanto para la caza como para el cultivo, por lo que abundaban por entonces los sacrificios de animales y por lo tanto los huesos y cráneos de los que servirse a este fin.

Con la imposición del cristianismo, la fiesta primero intentó eliminarse y, al no conseguirlo, se reconvirtió en los que hoy conocemos como Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el día de los muertos o de difuntos (2 de noviembre).

Es una fiesta, pues, muy arraigada en nuestra cultura, de profundísimas raíces, y que culturalmente tiene relación con los espíritus y con algunos de los temores y las creencias más profundas del hombre de todos los tiempos.

Formas de celebración

La fiesta es conocida con el nombre de Halloween, que es una expresión anglosajona cuyo significado es, más o menos, la noche de las ánimas. Los niños de muchísimos países se disfrazan con trajes bastante tétricos, como brujas, zombies, momias o cosas así de terroríficas y llaman a las puertas pidiendo caramelos con expresiones como la popular “truco o trato” o la mexicana “deme mi calaverita”. Los emigrantes irlandeses la llevaron a Estados Unidos a mediados del siglo XIX y desde allí se extendió a medio mundo, dada la influencia cultural que este país ha ejercido.

En los países de América Latina se considera una fiesta importada, debido a sus orígenes celtas. Suele celebrarse en todos los países pero también encuentra resistencia por parte de quienes la consideran ajena a su cultura.

En México y Centroamérica la celebración del día de las ánimas coincide con una tradición prehispánica, la del día de los muertos. Allí se les construyen unos altares en ofrenda a los familiares fallecidos, repletos de comida y objetos que representan todo aquello que le gustó en vida.

Existen postres típicos de esta festividad:

  • Huesos de Santos: rollitos de pasta de almendra con forma de hueso
  • Panellets: pastelitos hechos con almendras, azúcar y yema de huevo
  • Yemas de Santa Teresa: dulces secos hechos con azúcar y yema de huevo
  • Buñuelos de viento

Hasta hace unos años era costumbre representar esa noche el Juan Tenorio de José Zorrilla en muchos teatros. En México se sigue haciendo.

La tradición en Aragón

La creencia general era que las ánimas del purgatorio vagaban esa noche en busca del descanso eterno y acudían a nosotros en busca de ayuda, ayuda que debíamos prestarles a cambio de su intercesión por nosotros para lograr nuestro bien.

Antiguamente durante el día de Todos los Santos y la noche de difuntos las campanas tocaban a muerto y en las casas se rezaba el rosario, se comían frutos secos y se contaban historias de miedo, apariciones y seres sobrenaturales, a veces durante toda la noche. En las casas y en las iglesias se encendías velas y lamparillas. Se ponían también en las ventanas de las casas.

Los niños vaciaban calabazas por un pequeño agujero hecho en su base, les hacían agujeros con forma de ojos, nariz y boca de aspecto terrorífico y les ponían dentro una vela encendida. Estas calabazas se llevaban en procesión por la noche o se ponían en puertas y ventanas para asustar a la gente. Había alguna persona que se disfrazaba de fantasma y salía a la calle a asustar a la gente.

Una curiosa tradición del día de Todos los Santos: en algunos pueblos, los dueños de las casas alquiladas podían echar a la calle a sus inquilinos.

REFERENCIAS

  • BAJÉN GRACIA, LUIS MIGUEL y GROS HERRERO, MARIO: La tradición oral en el Moncayo aragonés. Diputación de Zaragoza, Área de Cultura2003. Libro + CD.
  • CASAS GASPAR, ENRIQUE: Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casamiento y muerte. Ed. Escelicer, Madrid, 1947.