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Estas palabras que con frecuencia debemos recordar al hablar de Patrimonio Cultural, pueden aplicarse también a los Dances para comprender su importancia como manifestación de la cultura colectiva y vehículo de relación social a todos los niveles.
Un Dance no es -como subyace tantas veces en el inconsciente no declarado abiertamente- el acto poco elaborado, tosco y pobre de medios siempre relacionado con las creencias religiosas que aparece ante nuestros ojos acostumbrados ya a otros espectáculos. Detrás de él hay una carga histórica, humana y social cuya realidad se «oculta» y exige parte de nuestra reflexión. Al igual que el programa citado por Gombrich, el Dance reúne la literatura, la representación teatral, la música, la danza, la indumentaria y otros aspectos en que la creatividad, ingenio y capacidad asociativa de un grupo informa de su organización. Asimismo el Dance crea, toma, reelabora, recrea y expande modelos literarios existentes, melodías, coreografías, técnicas o formas indumentarias incorporándolos al acto y renovando complementariamente su capacidad comunicativa, su necesidad de celebración para unir al grupo a un espacio geográfico. Existe una «pedagogía» colectiva, una transmisión sistemática e intergeneracional de saberes, una declaración de grupo. El elemento religioso, la imagen, el día específico de celebración etc. son signos cuyo cumplimiento cobra significado en función de esos otros objetivos internos tras los que se arropan en pudorosa intimidad. Lo que en Aragón se conoce históricamente bajo el nombre de Dance, con la diversidad de formas que ya en nuestra Comunidad Autónoma presenta, es un acto similar al que con otros nombres y particulares variantes aparece en distintos lugares dentro y fuera de la Península Ibérica, Europa e Iberoamérica. Por todo ello el Dance se configura, al tiempo que hecho cultural aragonés, como uno de los elementos importantes de relación con otros lugares, un vehículo intercultural que une y manifiesta las diferentes maneras de asumir la cultura a lo largo de los siglos de acuerdo con el medio natural y la mentalidad de cada pueblo. La posibilidad de libre expresión y petición de ayuda que lleva implícito, además de la identificación colectiva y representatividad social, es un rasgo común al ser humano y entra dentro de las características de excepcionalidad que el tiempo festivo permite. La representación rimada, la música y las danzas son parte de esa excepcionalidad, algo que, además, significa un especial esfuerzo para quienes no están habituados a ello. A principios del siglo XX más de 200 pueblos aragoneses celebraban un Dance el día de la fiesta patronal. Si en todos existen puntos comunes, entre muchos hay partes idénticas tanto en el texto como en las melodías. Sin embargo cada pueblo se identifica con su acto como único y, ese paralelismo lejos de suponer un obstáculo, es muy valioso cuando tratamos de recuperar el desgarrado mapa de nuestra Cultura popular. Recuperar un Dance no es hoy tarea que deba tomarse superficial y banalmente llevados por la peligrosa tendencia que nos lanza al tópico «tipismo» para aumentar la oferta turística local. Como parte del Patrimonio Cultural debe tratarse con rigor, transparencia y comunicación continua, con atención y, al menos, tan delicado cuidado como se otorga a otros capítulos patrimoniales e históricos; teniendo muy en cuenta sus particulares especificidades entre las que cobra una capital importancia la diversidad documental inexistente en otros temas. Podemos hablar de «singular restauración» en la cual deben intervenir múltiples profesionales en colaboración con sus auténticos protagonistas: las personas de cada localidad que deseen tomar parte para recuperar esa parte de la propia cultura. Es desde esas bases de sumo respeto y rigor científico y ético desde donde debe partirse para que, en realidad, llegue a ser un agente efectivo de oferta cultural, un instrumento con capacidad de transformación continuada sin perder su esencialidad y su fuerza, sin tornarse vacío espectáculo. Sólo conociéndolo, entendiéndolo y reconociendo su valor podremos mantener la dimensión que da substancia a esa herencia, disfrutar de ella, sentirnos ciudadanos de un espacio que merece cuidarlo para vivirlo y transmitirlo. Esa es la mejor herencia. Lucía Pérez García-Oliver Aires de Albada. Robres vista desde la rondalla. Obra de Manuel Monterde Hernández (n. Zaragoza, 1943), Académico de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza. http://www.manuelmonterde.com
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